1.- El Bichero
El bichero: es un palo largo terminado en un gancho
y una puntera redondeada.
Se usa a
menudo cuando amarramos, para alcanzar a coger las amarras o el cabo del muerto
de popa.
Los más expertos lo llevan preparado en cubierta del barco, mientras este se va
acercando al pantalán. Así, en el último momento, puede hacer uso del mismo si
es necesario.
Sin embargo, este no es el espectáculo
que muchas veces nos ofrecen las "tripulaciones":
Miremos primero cerca de la bocana del puerto cuando entran los barcos. Veremos
cómo alguien coge el bichero y corre veloz a la proa.
(-¿Para qué lo quieres?
-No se... pero tengo un bichero !...)
Tenerlo con tiempo parece que da seguridad.
Observemos ya cerca del amarre: el portador del bichero se mueve de proa a popa
y viceversa, buscando el sitio idóneo...- para...?...
Una vez que el barco entra en el amarre, y poniendo en evidencia la pericia del
Patrón, el portador del bichero "hinca" su punta en la cubierta del
vecino de estribor, luego en el de babor, y por fin en el pantalán.
"¡Señores, que ni los barcos vecinos son miuras ni esto es una corrida con
picadores!"
A menudo se complementa esta "maniobra" con la de sacar un pie por
proa para parar el barco. Acción que, con el culo sobre la proa, un pié
colgando, el otro contra el pantalán y los brazos en alto sosteniendo el
bichero, es de mayor dificultad que colocar un buen par de banderillas.
Mientras, hay alguien que reclama a gritos el bichero para pescar la guía, pero
claro, el bichero lo tiene el de proa a modo de percha de un funambulista de circo.
La imagen se completa con el marinero dando amarras, y otro tripulante perplejo
pues no sabe donde hacerlas firme (el lugar está ocupado por el culo del tipo
del bichero)
Las mil situaciones cómicas que se dan son, a veces, presagio de pequeños
accidentes con daños materiales, e incluso personales.
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Hubo un tiempo en que pensé que debería prohibirse el bichero, pero aceptando
la eficacia del sencillo artefacto para pescar cabos, no voy a poner en tela de
juicio su noble destino.
Aunque sugiero que para su uso por manos no expertas (tripulantes sin
titulación) debería diseñarse un curso obligatorio que comprendiera varias
materias, a saber:
-Maniobra de atraque
-Nociones de física:
"una fuerza aplicada sobre un plano, de forma oblicua tiende a
resbalar y rayar el gel coat".
"estudio comparativo entre la fuerza que se puede aplicar con un bichero o
con el pie, y la fuerza de 5 TM acercándose al pantalán"
-Cursillo de autoayuda y autoestima con examen práctico:
"El alumno debería acreditar que puede entrar por la bocana del puerto
sin bichero, y sin sollozar"
Ante la dificultad de tales estudios hay la posibilidad de que alguien no
apruebe.
En este caso tengo la SOLUCIÖN: un bichero blando, como de goma, con la
suficiente rigidez para pescar un cabo, pero blando, sin posibilidad de empuje.
Este bichero, (que podría utilizar gente sin título), podría usarse desde la
bocana, aumentaría la sensación de seguridad y autoestima sin otras
consecuencias.
Y no haría falta homologarlo ya que la única cualidad: Blando versus Duro, no
es homologable. Es simplemente una evidencia. ¿O no?
2.- El regreso.
Siete de la tarde, hora de llegada de muchas
barcas.
Por la dársena asoma una motora de 7 m. Dentro
de su alta cabina el patrón, y a popa, en la bañera, los 5 tripulantes.
El viento, aunque leve, provoca un cierto desplazamiento
lateral a la embarcación, mientras esta se acerca al amarre con finguer situado
en un pantalán sobre pilastras.
Desde mi punto de observación se intuyen las
órdenes del patrón, más por los gestos que por las voces que da desde su semicerrada
cabina.
Llegado al lugar exacto, pretende girar a la
izquierda para entrar en la plaza.
Pero ni la dársena es una calle, ni el barco es
un coche.
Y claro , al llegar frente al amarre y virar a
babor, el viento, que sigue empujando, provoca que la proa de la barca choque
con el finguer, mientras su popa sigue desplazándose.
El
resultado es que la barca queda completamente girada mirando en sentido
contrario a la marcha inicial.
El patrón, sin duda buen conductor de automóvil,
no entiende por qué ha ocurrido.
Vocifera
y gesticula dando a entender que alguien, que no es él, tiene la culpa.
Mientras, los 5 tripulantes siguen de pié e inmóviles, en la bañera.
Al segundo intento, y a base de empujones,
consigue meter la barca en el amarre.
A requerimiento del patrón, que sigue en su
cabina, un tripulante se encarga de amarrar la popa.
Para ello salta al finguer flotante, que por
momentos se hunde. Se arrodilla sobre el mismo y desde esta posición inicia la
tarea de atar la amarra a la barca.
El finguer y la barca suben y bajan
desacompasadas. El “amarrador” parece
una bisagra humana que une barca y finguer. Y lo que debía ser un nudo
marinero, se torna interminable, pareciéndose más a un macramé que otra cosa.
Mientras, el patrón sale de la cabina, va hacia
proa y salta al pantalán. Una vez allí, vociferando hace señales al resto de
tripulantes para que le ayuden a amarrar de proa. Los cuatro, por una vez
voluntariosos, se abalanzan hacia la parte delantera de la embarcación que por
el sobrepeso se hunde un poco, en el
preciso momento que el empuje de una olita inoportuna provoca que la proa se
meta debajo del pantalán.
El patrón grita llevando sus manos a la cabeza.
Los 4 tripulantes, aturdidos, se retiran
rápidamente hacia atrás de modo que la proa tiende a elevarse, quedando aún más
aprisionada.
El Patrón se sienta en el pantalán, con una
pierna a cada lado de la proa, empujando y llevando las manos alternativamente
a las rodillas, cabeza, cielo, cabeza, rodillas, sin dejar de vociferar y de
empujar.
Mientras, el “ hombre bisagra” sigue arrodillado
en el finguer con medio cuerpo en la
barca, acabando de amarrar, y su espalda se dobla… y desdobla….
Los otros
cuatro tripulantes permanecen inmóviles en la bañera.
De repente una pequeña ola desbloquea la situación
quedando la proa libre.
El patrón respira hondo, y ya más relajado, se
dispone a amarrar de proa.
Terminada la maniobra, bajan todos al pantalán,
toallas, chanclas y neveras incluidas, y allí el patrón da la explicación de lo
ocurrido.
El tono de voz es más pausado, y ha sustituido
los anteriores gestos alarmantes por una mímica docente.
Desde mi punto de observación no entiendo lo que
dice, pero está claro que ha perdonado a los culpables del desaguisado.
La comitiva de los cinco tripulantes caminan pausadamente
hacia el muelle, al son del chasquido de las chanclas, mientras arrastran las
toallas y llevan entre dos, la nevera.
El patrón, siempre último en abandonar el barco,
se coloca un chaleco azul marino sobre su camisa blanca, luego se cuelga una mochilita
a la espalda, y un colgajo con enseres al cuello. En el cinto, el teléfono y el
estuche de la navajita de patrón, y completa el conjunto con una gorra de larga
visera con no se qué publicidad.
Después de cerrar la puerta corredera de su
cabina, salta la pantalán, y con paso firme se dirige al muelle.
De repente se detiene, se da la vuelta, y
contempla por unos segundos su barco.
Al proseguir su marcha tropieza con una manguera
y casi da de bruces en la torreta eléctrica.
Los tripulantes, que desde el muelle lo esperan
aburridos con sus pertenencias en el suelo, no se atreven a reír y vuelven sus
rostros a otro lado.
El Patrón, ya compuesto, sigue caminando, y se
pone al frente de la comitiva que ve , paciente, como se va deteniendo a
observar otros barcos.
Esta anécdota real demuestra que no es necesario
un bichero para amarrar de forma disparatada.
3.- De mecánicos, olores y desorden.
Un tertuliano del puerto decía , hace años:
-Es imposible que haya buenos mecánicos náuticos, porque
se trabaja en pésimas condiciones,
adoptando posturas incómodas en húmedas sentinas con
predominante olor a gasóleo. Y un
buen mecánico encontrará fácilmente trabajo en un taller de automóviles, de
condiciones mucho más cómodas.
Aunque la reflexión tenía sentido, puedo asegurar que en
la náutica hay excelentes mecánicos.
Los he visto trabajar, y he visto los resultados.
Además las sentinas ya no tienen el predominante olor a
gasoil.
Desde el invento del depósito acumulador de aguas negras, obligado por normativa,
puedo asegurar que el olor predominante a gasóleo ha cambiado. Y mucho.
Diría que ha sido sustituido.
Antes de la obligatoriedad de llevar instalado un tanque
de aguas negras en los barcos de recreo, las heces humanas (materia orgánica)
se vertían directamente al inmenso mar.
Mal ! Muy mal !
Aunque la verdad es que la materia orgánica que nos ocupa
quedaba muy repartida. ( Aunque, insisto, esto estaba muy mal.)
El artefacto en cuestión es un depósito que puede guardar , dependiendo
de la embarcación, unos 60 litros de aguas sucias. El sistema acaba oliendo
mal. Garantizado. (Aunque para paliar el
desagradable efecto venden productos desodorantes que se vierten en el tanque.)
La forma de vaciarlo es por aspiración, mediante los equipos
instalados en muchos puertos.
También cabe la posibilidad, según dicen los reglamentos,
de soltarlo al mar una vez triturado, a una determinada distancia mínima de la
costa y a cierta velocidad, mediante sistema de bombeo instalado en el propio
barco, o simplemente por gravedad.
La realidad es que he visto demasiado cerca de la costa,
e incluso cerca de alguna bocana de puerto, manchas que evidencian que allí han
vaciado el tanque.
Y es que si se lleva el tanque lleno, y el puerto no
tiene instalación, o no funciona, o falta la boquilla…, o el patrón es un desaprensivo, a menudo se
acaba soltando la carga sin respetar distancias.
Deplorable. Hay que ser respetuoso con el medio marino, y
cumplir las normas.
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De todos modos ahí va mi reflexión, centrada en la
náutica de recreo:
La materia orgánica, en sí, no puede considerarse
suciedad.
Diría más:
La suciedad es un concepto relativo
La suciedad no existe.
Lo que si existe es el desorden.
Es decir que según que substancias estén en concentraciones,
y fuera de lugar.
Con el sistema, lo que no se puede negar es que se ha conseguido concentrar la caca. (Nunca antes se habían concentrado
defecaciones en volúmenes de 60 litros, en un lugar habitable, durante días.)
Con el sistema se ha llegado al desorden !
4.- Oficios:
En el mundo de la náutica intervienen muchos y variados
oficios, a saber:
Mecánicos
Especialistas en hélices
Electricistas, y fontaneros
Especialistas en Electrónica
Técnicos en Comunicaciones
Especialistas en fibra de vidrio y de carbono,
Enfibradores, masilladores, pintores, pulidores, rotuladores.
Técnicos en jarcias, mástiles, cables
Veleros
Herreros,
montadores de acastillaje, maniobra y herrajes de cubierta
Especialistas en cabuyería, desde amarras hasta drizas y
escotas pasando por grilletes textiles.
Carpinteros y barnizadores.
Tapiceros,
Frigoristas… etc
Todos ellos forman
el conjunto de servicios necesarios durante gran parte del año, que harán
posible que tengamos el barco a punto para que, en verano, podamos salir a
navegar unos días.
Y después están los “bricoleros”. Aficionados , con
habilidades manuales, e imaginación, que emulan a los especialistas,
autoabasteciéndose, no siempre con rotundo éxito, pero, esto sí, a menor coste.
Pero, volvamos a los especialistas:
Muchos de ellos han progresado, y en los años de bonanza
económica han abierto su propio negocio, y se han convertido en empresarios.
Estos negocios, que en principio se ceñían a su especialidad original, se han ido ampliando a
otros servicios, por aquello de no perder oportunidades, cuando entra algún cliente.
Y así, hoy día en los puertos y sus alrededores, podemos
encontrar muchos comercios “
multiservicios”.
El reto que se nos plantea es el de investigar
y averiguar cuál es el oficio originario de cada establecimiento. Qué es
lo que realmente saben hacer, y en qué han acumulado experiencia.
Si consigues averiguarlo estás salvado, porque sabrás a
dónde dirigirte para cada problema.
De lo contrario corres el riesgo de poner tu barco en manos
de operarios poco expertos, o de subcontratas.
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Recuerdo que en una ocasión entré en uno de los
establecimientos “multiservicios” para informarme sobre la posibilidad de
cambiar la hélice fija por una plegable. El dueño del establecimiento me dio
una explicación sobre las distintas opciones, aunque sin concretar mucho. Como
en aquel momento no tenía ningún catálogo a mano, quedamos que pasaría el
siguiente fin de semana.
El siguiente sábado entré y me atendió la esposa del
empresario. Le dije que había quedado con su marido para ver catálogos de
hélices, y me respondió
-¿Catálogos de hélices? Aquí no tengo ni he tenido. Nunca
hemos cambiado una hélice.
Le di las gracias por atenderme y me marché antes de que
llegara el marido, para evitarme la escena.
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En otra ocasión a un vecino de pantalán le construyeron,
a medida, una puntera basculante de acero inoxidable ( pieza por donde discurre
la cadena cuando echamos el ancla), con
tanta mala pata que no basculaba, porque el eje de giro estaba a popa y quedaba
permanentemente colgando hacia abajo, sin ninguna utilidad.
Fue tal el
entusiasmo con que me enseñó el artilugio el armador, que fui incapaz de
dar mi opinión, ni en forma de crítica constructiva.
Un temporal de levante le hizo el favor de provocar tal
golpe de la puntera al pantalán, que aquella quedó fuertemente dañada.
Aproveché para decir al armador que había visto otra
puntera basculante que realmente basculaba, le expliqué cómo era y le dije que,
en mi opinión, todavía funcionaría mejor
que la que tenía.
El hombre, medio convencido, aprovechó la reparación para
modificarla.
No se si el cerrajero aprendió algo.
Y es que si no vas a la fuente, con la certeza de que
quién contratas es un profesional especialista , puedes acabar poniendo tu
barco en manos de poco más que “bricoleros”.
Esto sí, de” bricoleros” con Seguro de Responsabilidad
Civil
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5.-Esloras de veleros
Es conocido el tópico de que a todo barco, cualquiera que sea, siempre le falta
un metro de eslora para ser ideal.
En las veleros pequeños, un metro más supone un gran
cambio. Además de las lógicas prestaciones y comodidad de navegación, puede
permitir una litera doble a popa, o un segundo camarote independiente a proa, o
una cocina en ángulo, una mesa de cartas completa, o un gran cofre a popa.
A medida que la eslora va creciendo podemos encontrar dos
camarotes a popa, un segundo baño y otras comodidades.
Cuando alcanzamos esloras importantes, un metro más
representa un cambio menor.
Pero entonces se produce otro fenómeno. Algunos
astilleros, en vez de ofrecer más cabinas, dotan al barco de grandes y
espectaculares salones.
Y claro, para que un espacio sea grande, es sabido que
las paredes deben estar lejos una de otra.
Y, en consecuencia, los asideros, o agarraderos, también
lo están.
Yo propondría a los expositores de las muestras náuticas a flote, que
incluyeran en sus normas deontológicas ( se supone que las tienen) que los
veleros deben exponerse escorados.
Si. Inclinados.
Todos para el mismo lado para que los mástiles no se
toquen.
Visitar un velero así expuesto es la primera prueba para
la futura paz familiar.
Si conseguimos agarrarnos a algún sitio para evitar
resbalar por el pulido suelo, y lo
hacemos de la forma más natural, sin sobresaltos, habremos superado la prueba.
De lo contrario, un resbalón, un “¿dónde me cojo?”, es presagio de futuros problemas, y
abandonos.
Hacen bien los astilleros en diseñar las maniobras para
poder navegar en solitario, por si acaso…
Pero, volvamos al principio. La eslora, además de ser la
medida que indica de forma intuitiva la comodidad, tanto en navegación, como del
espacio interior, es, para algunos
armadores, ( muy pocos, pero los hay), por encima de todo, un logro.
Un logro social.
Y los astilleros lo saben. Y rubrican a sus modelos con
nombres seguidos de un número, redondeado por arriba, que refleja la eslora.
Y además en muchas ocasiones toman como base la eslora
total, incluidos balcón de proa y escalera de popa.
Si además tenemos en cuenta que hay barcos con notable
lanzamiento de proa, puede darse el caso de dos veleros con nombre comercial de 32 pies, uno puede
referirse a eslora de casco, tener poco lanzamiento, y en consecuencia una
eslora de flotación cercana a los nueve metros,
Y otro cuyos 32 pies sean en realidad algo más de 31 de
eslora total. Que su eslora de casco sea de 30.5 pies, y que tenga gran
lanzamiento de proa, y por tanto su eslora de flotación de poco más de siete
metros y medio.
Pero si de logros se trata, conseguir un 32 pies de tus
sueños se hace realidad en ambos casos.
Otros armadores, sin embargo, estudian, con más o menos
acierto, sus necesidades , su programa
de navegación y otros criterios estéticos y económicos para escoger barco.
Par concluir, en función del programa de navegación y ,
claro está, de las posibilidades económicas, me atrevería a hacer dos
afirmaciones:
La primera: Para
cada armador hay una eslora ideal.
La segunda: Muy
pocos navegan en su eslora ideal.
Y de estos últimos, unos todavía no han llegado, y otros
ya se han pasado.
Hablo en tercera persona porque no se en que grupo me
encuentro.
Tendré que reflexionar.
6.- Sueños
Al terminar el invierno empiezan a rondar por nuestra
cabeza algunos planes para las grandes singladuras del verano. Son planes inconcretos, pero planes al
fin. En plural. Por dos razones porque
son opciones diversas, y porque no queremos rendirnos a consumir nuestros
sueños de una vez, sino que imaginamos
pequeñas singladuras a modo de prueba antes de las autenticas vacaciones.
Cerca ya del inicio de la primavera, y con los proyectos
todavía desdibujados, nuestras ansias
nos llevan a empezar a llenar el barco de cachivaches “por si acaso” “por si
pesco” “por si hago inmersión” “por si leo” “por si escribo” “por si las moscas
…” etc.
Poco a poco los diversos enseres se sedimentan en el
fondo de cofres, sentinas y cajones, en estratos cada vez menos ordenados.
Mientras, las salidas
domingueras, hacer fondos en el varadero, y el pago de facturas, nos hacen
olvidar la mitad de las cosas acopiadas a bordo.
Llega el verano y con él los días largos, y algún puente .
Zarpamos en cortas singladuras, encajadas en la agenda
del fin de semana.
Ya en vacaciones, (las únicas vacaciones del año, y
gracias…) una vez repartidos los días a gusto de todos, zarpamos en lo que es
la singladura del año.
Tantos sitios donde ir i en tan poco tiempo…
Cuando se acaban las vacaciones, seguimos navegando
entrado el otoño, mientras el tiempo lo permite.
Y llega el día que el mar no esta bien, y nos dedicamos a
poner orden a bordo.
En la tarea, nos damos cuenta de la cantidad de cosas que
hemos embarcado y no hemos utilizado.
Y las sacamos, y las limpiamos y las guardamos por si son
útiles para la próxima temporada.
En primavera llenamos el barco de sueños que en verano
llevamos adormecidos y en otoño se
desvanecen.
7.-QUISIERA TENER EN
EL VELERO:….
Una pecera de cristal con un
pez de verdad.
En cubierta, una diana, y
unos dardos atados a un largo cordel.
Un periódico de economía,
sin fecha.
Un gabinete de prensa. (No se…,
me gustaría.)
Una diadema para la cabeza
en forma de gafas de sol , para salir de noche. (Modelo sin cristales para
cabellos grasos)
Un delantal de cocina.
(Queda de auténtico anfitrión .)
Quizás una bata de estar por
casa. ( Para cuando se van los invitados)
Un freno de mano. Se tendría
que estudiar el mecanismo, pero podría ser muy útil.
Dos alianzas, por si a
alguien le da por casarse en plena travesía.
Un equipo de supervivencia
de alta montaña, por si te pierdes.
Un gatito simpático y muy
salao.
Un campanario ( la campana
no, que ya la tengo)
Un ambientador con olor a
pino. ( En casa tengo uno con olor a mar, y va muy bien)
Una herradura de acero inox.
Aisi 316 ( Da suerte)
Más velas. ( Más mástiles
no)
Unos prismáticos que se
estén quietos.
Parches de colorines para
los ojos ( para regalar a los hijitos de los piratas)
Una segunda pasarela para el servicio ( siempre viste)
Una tabla doble faz ( surf /
plancha camisas)
Un jabón que sirva para todo
( Cara, cabello, cuerpo, ropa, vajilla, cubierta, sentina…)
Un ladrillo. Diréis ¿ a quién se le ocurre llevar un
ladrillo en un barco? Y ¿Para qué?. Pues para nada, ahí está la originalidad.
Un botiquín de
“parafarmacia”, para largas travesías. Sin receta. (Por razones obvias)
Una línea de vida
Otra línea de fondeo. (por
seguridad)
Una línea ADSL
Otra línea de flotación (
por seguridad)
Una cuenta atrás (para
zarpar pronto)
Otra cuenta adelante (para
equilibrar pesos)
Un sistema democrático (
para navegaciones en solitario)
Una guitarra de butano (
para no gastar electricidad)
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8.-Bichero
plegable
Hay un modelo
de bichero que es plegable.
Yo tengo uno
que lo era, y ahora es fijo. No es que haya mutado. O quizás si.
Pero, vayamos
por partes.
Si observamos
nuestro cercano mundo cotidiano, veremos que nos rodean infinidad de objetos o
útiles que son plegables:
Una silla
plegable,
una mesa de
camping,
una tumbona,
un tendedero,
una bicicleta
plegable,
una navaja ( o
cuchillo plegable),
un paraguas,
un parasol,
una puerta
plegable,
una escalera
plegable,
una sartén con
asa plegable
un taburete,
una caja
plegable.
Estos objetos,
y otros muchos, tienen algo en común: todos se pliegan por el sistema de
bisagra.
¿Será este
sistema de pliegue el más racional?
Sin ir más
lejos, el propio ser humano es plegable. Y por el sistema de bisagra.
Así, los dedos se pliegan sobre las manos mediante
las bisagras de los nudillos.
El antebrazo
brazo se pliega sobre el brazo por medio de
la bisagra del codo.
Y así las
piernas, y el resto del esqueleto,
pasando incluso por la mandíbula.
Y no solo el
ser humano, sino el resto de mamíferos terrestres son plegables por el sistema
de bisagras.
¿Qué digo
mamíferos? Puedo afirmar también que todos los vertebrados plegables en
general, lo son por el sistema de bisagras.
Más allá de
los mamíferos y vertebrados, podemos hallar bisagras de pliegue en los
insectos, incluso los erizos de mar tienen una boca cuyo esqueleto es un
conjunto de bisagras que recuerdan las pinzas múltiples de algunas grúas para
cargar grandes piedras.
Si, algunos
animales invertebrados, como los gusanos, encogen, pero no son estrictamente
plegables.
Esto me lleva
a pensar que el hombre, al diseñar los objetos de los que hablamos, ha copiado
a la naturaleza. Y ha hecho bien, porque el sistema es simple y funciona. Tiene
un mínimo rozamiento, un mínimo número de piezas, y hay pocas averías. Y, de
haberlas, son fácilmente subsanables, quedando la articulación como nueva.
Lo
sorprendente es el rebuscado sistema de pliegue del bichero.
Lo ha diseñado
el hombre solito, y por esto no se puede negar que es original.
El sistema se
basa el dos tubos concéntricos cuyo diámetro exterior del menor coincide con el
diámetro interior del mayor. Van uno dentro del otro, y el menor lleva en su
extremo una pieza de plástico excéntrica
Al girar el
tubo interior en cierto sentido contrario al exterior, la pieza de plástico se
desplaza del eje de ambos tubos y hace presión sobre el tubo exterior, de modo
que ambos tubos quedan fijados temporalmente hasta que se quiere plegar.
Entonces se giran enérgicamente los tubos en el otro sentido, la pieza de
plástico se desbloquea y libera un tubo del otro, que es cuando se pueden
empujar entrando totalmente el pequeño dentro del grande y, en definitiva
quedando plegado el bichero.
Si los otros
sistema de plegado mediante bisagra está copiados de la naturaleza, debo
recordar que el bichero se usa en un medio natural el aire libre y el mar
El agua de mar
penetra por los intersticios del artilugio, y, con el tiempo se evapora,
dejando miles de cristales de sal en el interior. La sal, aparte de que aumenta
la fricción entre las piezas y limita el deslizamiento, retiene humedad,
provocando oxidaciones y también que se adhiera suciedad, aumentando así las
nefastas consecuencias que perjudican el buen funcionamiento del sistema de
pliegue.
Tanto es así
que, a menudo hay que dar agua dulce sobre el bichero, y mejor si previamente
lo desmontamos para que la operación de aclarado sea eficaz.
Y esta
operación es mejor hacerla en casa.
Aunque también
se puede hacer en el pantalán con el debido cuidado de que alguna pieza no
caiga al agua, porque entonces tendremos inevitablemente que estrenar bichero.
Ni se os
ocurra aprovechar la operación para, en un alarde de experto bricolero,
lubricar el interior.
Entonces la
pieza de plástico, al contacto con el líquido oleoso, se hincha, y poco a poco
va quedando sin movimiento.
Llegado, si
llega, este momento, más vale que la última posición sea de bichero extendido,
porque así seguirá siéndonos útil como si de un bichero fijo se tratara.
Lo digo por
propia experiencia.
No me extraña
que, por más que busco no encuentro ninguna oveja ni nada parecido con las
patas extensibles.
Pero hay que
reconocer que un bichero plegado cabe en cualquier parte, y esto es una clara
ventaja respecto de los fijos.
El próximo
bichero que compre será plegable, pero llevaré con extremo cuidado y
puntualidad las labores de mantenimiento, que se sumarán a la larga lista de
mantenimientos de mi barco.
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9.-ULTIMO CAPITULO
“Pienso navegar toda la vida”.
Esta frase es más un deseo que un propósito.
Porque, si puedo,
es decir si las circunstancias, (entre ellas la salud), me lo permiten, seguiré
navegando, de forma natural, sin aplicar la fuerza de voluntad que requiere un
propósito.
En realidad lo que deseo es
que las circunstancias me dejen navegar.
Tengo un amigo de avanzada
edad que ha decidido retirar al barco
antes de que el barco lo retirara a él.
Y yo me pongo en su lugar,
como terapia, para ser feliz mientras puedo surcar los mares.
Veamos:
Si llega el día de dejar de
navegar, tendré más tiempo para otras
actividades, ahora muy dejadas, como la música, la pintura, o viajar tierra
adentro.
Acaso volveré a las cortas
distancias en mi relación con el mar, pescando, cogiendo lapas, o erizos , o
simplemente paseando mis pies desnudos a lo largo de una playa.
Y sin embargo querré
abrazarme a recuerdos de mis años de navegante.
Porque todos, sin darnos cuenta,
vamos llenando nuestra casa de recuerdos, que a veces alimentan nuestra
nostalgia, y que, inevitablemente van conformando nuestro propio mausoleo.
Yo soy de gustos
minimalistas, y no me gustan los ambientes cargados, y por tanto busco símbolos
, pocos y escogidos, que evoquen alguna
época de mi intensa vida.
Y ando buscando un símbolo
relacionado con la navegación a vela.
Había pensado en un remo
colgado en el umbral de alguna puerta, o en el salón, sobre la chimenea. Los remos de madera de las pequeñas barcas de
pesca son decorativos si son un poco antiguos. Aunque poca relación tienen con la navegación a vela.
Desestimados los remos, otra
opción es colgar de una pared un timón. De madera. Antiguo. Los he visto en
algunos restaurantes de estilo rústico marinero. Los venden en anticuarios a
precios de escándalo, y poco tienen que ver con un velero. (A no ser que sea de
vela latina, y no es mi caso)
Tampoco un viejo timón es
candidato ideal.
He considerado otros
elementos como una campana (difícil de ubicar como no sea en la puerta de
entrada en sustitución del picaporte),
una lámpara roja y verde de navegación, una bitácora, y otros objetos
menores como un cenicero en forma de grillete, un sextante de latón en miniatura, un candelabro en forma de pequeña
hélice, un pisapapeles en forma de noray… Pero ninguno me ha convencido.
También he pensado en un
ancla.
Pero el ancla, para colgarla
de la pared pesa demasiado y hay peligro que un buen día se desprenda y
ocasione un verdadero estropicio, cuando no un accidente que adelante el fatal
último acontecimiento de mi vida. Y no quisiera ser víctima de mis propias
obsesiones.
La otra opción para la
grande y pesada ancla, es colocarla en el suelo. En un rincón del recibidor o
del salón donde complete la composición estética de aquel espacio.
Pero un ancla es muy pesada
para moverla y poder pasar la fregona, la escoba, o la aspiradora.
Y si se friega, se barre o
se aspira sin moverla de su sitio, al cabo del tiempo se forma una aureola de
suciedad a su alrededor que, aparte de consideraciones higiénicas, desdibuja el
encantador perfil del ancla para convertirla en un todo de apariencia mórbida, amorfa e inconcreta,
que se confunde con el suelo, hasta el extremo que parece una deformación del
propio piso.
Y lo peor es que, con el
tiempo, te acostumbras a verlo y aceptarlo.
No, no es esto.
Después de dar muchas
vueltas he encontrado un elemento sencillo, ligero, y discreto. Un útil
humilde, a menudo maltratado y muchas veces mal usado, que ha sido arma en estropicios
y también salvación en momentos comprometidos.
Un elemento que a menudo acepta conformado, estar sometido a esfuerzos para las que no fue
diseñado, o a fines menos nobles que los correspondientes a su estirpe.
Siempre está a punto,
esperando ser usado por manos expertas, y cuando no es así, sigue fiel al
barco, esperando el momento de ser de
utilidad.
Un elemento, en fin, que ha
sido inspiración incluso para escribir un pequeño libro: El bichero.
EPILOGO
Mientras,
bien o mal, sigas usando el bichero,
eres un afortunado navegante porque, aunque no te lo parezca, tu día del
bichero no ha llegado.